Friday, October 20, 2006

Ser peruano es un oficio triste

No veo fútbol ni amo al Perú porque –como a Jaime Bayly– “me parece un país loco, suicida”. Si me voy, quizás jamás vuelva. ¿Qué tiene de malo? Nada. Yo no meto goles como Claudio Pizarro. A él que le exijan que crea en Dios más que en sus caballos y que se ponga la sagrada camiseta bicolor. Y si no quiere, insúltenlo: están en todo su derecho. Porque, claro, uno tiene que dar todo por su país, aún cuando le valga el puesto que tanto le ha costado alcanzar en una trasnacional del fútbol como es el Bayern Munich. Qué fácil es señalar con el dedo, ¿no?

Pero eso es amor al Perú, según el ‘Cholo’ Hugo Sotil que, en estos días de juicio público, ha recordado: “Me escapé del Barcelona para jugar la Copa América en Venezuela. Nunca pensé en el castigo que me pondrían”. Es cierto, jamás pensó en los castigos. Por eso, en la España de los ’70, se perdía todas las noches en su Ferrari amarillo, y regresaba agotado de mujeres y alcohol. Así acabó con su físico y volvió derrotado. Pero, eso sí, siempre se entregó a la selección y, en los estadios, lloró cuando entonaba “nuestras sagradas notas” del Himno Nacional.

En el país, los gestos importan más que los hechos. Pizarro marcó un gol en los 28 minutos que jugó en su último partido por Perú. Su talento está cotizado en 4 millones de dólares y, según medios alemanes, el Sevilla de España está dispuesto a pagarlos. Además, su equipo es el líder del grupo D de la UEFA Champions League. Pero él se negó a jugar un simple amistoso porque así lo había acordado con el Bayern Munich y con la selección, y un hincha escribió en su camiseta: “PIZARRO TRAIDOR”. La prensa soltó a los ex mundialistas. Luis La Fuente dijo que era uno de “estos jugadores encumbrados, a los que el dinero no los deja pensar” y Orlando de la Torre sentenció: “Hay que castigarlo de por vida”.

Pero el ‘traidor’ se cansó del maltrato y pidió que no lo convoquen por lo menos hasta que cambien al equipo técnico que lo dejó como un engreído ante el país. Luego la Federación Peruana de Fútbol lo suspendió indefinidamente. Ahora a nosotros solo nos queda ver sus goles por televisión. ¿Ya ven por qué el Perú “me parece un país loco, suicida”?

Tuesday, October 17, 2006

Todo un apóstata

–¿Te gustan más los hombres que las mujeres? –le pregunta Hache, un argentino de 19 años que acaba de salvarse de una sobredosis de droga, a Dante, un actor gay amigo de su padre que se define como un “epicúreo” por su forma de pensar y vivir.
–¿En general, dices? De qué sexo sean, en realidad me da igual. Es lo que menos me importa. Me puede gustar tanto un hombre como una mujer. El placer no está en follar. Es igual que con las drogas. A mí no me atraen un buen culo, un par de tetas o una polla así de grande –separa las manos una distancia del tamaño de un pepino–. Bueno, no es que no me atraen. Me encantan, pero no me seducen. Me seducen las mentes. Me seduce la inteligencia. Me seducen una cara y un cuerpo cuando veo que hay una mente que los mueve y que vale la pena conocer. Conocer, poseer, dominar, admirar. La mente, Hache. Yo hago el amor con las mentes. ¡Hay que follarse a las mentes!
Hache y Dante, en Martín (Hache) (1997).

Monday, October 09, 2006

Inmune al amor

No sé qué me pasa. ¿Desgano, apatía, crisis sentimental? Creo que, de a pocos, me he creado una coraza de inmunidad para el amor. Ya no me ilusiono, de nada ni de nadie. Y no es que prefiera estar solo. Para nada. Extraño el cariño sincero y los besos que siempre pido que me den en la frente al final de la faena. Pero ahora ninguna mujer me entusiasma como para invitarla a salir. Me da flojera el cortejo: el café, el bar o la discoteca; las horas de conocerse, caminar, bailar, coquetear y bla, bla, bla; el licor que me llena de agallas, la duda del instante y el triunfo final del beso alcoholizado. En una misma clase, dos niñas me llaman la atención, pero prefiero quedarme callado. La primera parece mujer. No sonríe, solo ríe con algunas de mis payasadas. El resto de tiempo se mantiene inmune a casi todo. Usa pantalones sueltos, polares sueltos y zapatillas de campamento. Es implacablemente seria y, según me informan, tiene novio. Los expertos en moda dirían que es atractiva por su ‘descuido casual’. Yo solo sé que me intriga. La segunda, más bien, me inspira ternura. Es ‘llenita’ en comparación con la primera. Parece sincera, dulce y sentimental. Tiene el apellido de un crítico literario y fue la primera en saludarme con cierto afecto en mis primeros días en esa clase de extraños. Nadie me lo ha dicho, pero presumo que también tiene novio. ¿Todas lo tienen ahora, no? No creo que llegue el día en que les diga algo, aunque en el fondo espero que sí. Por lo menos a la segunda, que es la que más me agrada, a la que le dedico más horas de mi soledad. Y espero que sea pronto, aunque me responda con ese mal gesto que jamás le he visto. Envuelto en mi coraza, en mi engaño, nada importa. Parece que solo quiero volver a escribir (y a enamorarme del amor).

Saturday, October 07, 2006

Nostalgias inútiles

A Adriana, una amiga dorada y adorada a la que apodo Roca Etcétera, le regalaron un libro de García Márquez autografiado. Me lo contó en un mail. Recordé, entonces, el inicio de una amistad que sigue macerándose y aquel primer amor que me enseñó a escribir.
Mi querida Roca Etcétera:
Antes amaba a García Márquez por sobre todas las cosas (aunque nunca tanto como a mí mismo) y me daba el lujo de llamarlo ‘Gabo’, como si fuera mi amigo. Dejé de hablar tanto de él porque me di cuenta de que, cuando lo hacía, me sentía como esas Miss Mundo que piden por la paz, admiran al Papa y cuyo autor favorito es siempre el ‘desdichado’ de García Márquez. Esas hermosas mujeres le han hecho perder ‘caché’ al escritor. Por eso ahora lo amo en silencio, como –sabemos bien– se ama de verdad. El amor en los tiempos del cólera me parece su mejor novela y a la mierda con Cien años de soledad y sus decenas de Buendía (que, por cierto, también me encantó). En los primeros años de universidad, Gonzalo era el abanderado de Vargas Llosa y yo el de este autor de amores contrariados, que dan fiebre como los míos. Así nos conocimos y empezamos a compartir nuestros egos, discutiendo en la cafetería sobre quién era mejor que el otro (entre los autores y nosotros). Como Jeremiah de Saint-Amour, yo «Nunca seré viejo» (“tenía la convicción irrevocable de quitarse la vida a los sesenta años”), porque no quiero terminar como Úrsula Iguarán que, con los bisnietos pintarrajeándole la cara y escondida en un armario, sentencia: «De modo que esto es la muerte». La novela que ‘Gabo’ ha hecho bien en dedicarte la leí cuando me torturaba con mi primer amor: una niña alocada de 17 años, morena de rizos azabaches, a la que había visto salir de su colegio con su espantosa falda de color rata. Aquel amor fue como el de Florentino Ariza, obsesivo y nefasto, y yo viví las aventuras del personaje junto a las mías, compartiendo los mismos 40 grados. Disfrútalas tú ahora. Quizás es buen tiempo. Pero, como yo, no dejes también de reírte de tu momento de inmunidad para el amor. Gózalo sin arrepentimientos. Vívelo por mí.

Un beso, mejor dos,
D.

Saturday, July 22, 2006

Novela negra, novela rosa

«Soy aquel tipo callado
con aires de intelectual
que te mira de costado
solo por disimular»

Don de fluir (Jorge Drexler)


«Te has ganado el derecho a colgarme», te dije, pero tú no me quisiste colgar. Eran más de las dos de la mañana: tú en tu cama, yo en la mía. Veinte minutos antes, había estado a punto de besarte en la puerta de tu casa. Pero no me atreví. Conozco a tu novio: a ese desdichado que tiene la dicha de tenerte. Y, frente a ti, tuve miedo. No hubiese resistido abandonarte después de un beso y tampoco el cargo de conciencia del amante. Porque quise ser tu amante, esa noche, por primera vez. Pero antes de aventurarme al recuerdo de tus labios sin carmín, preferí decirte, en un susurro a distancia: «Huye».
Y te fuiste… sonriendo.
–No sé escribir novela rosa: me sale negra. Lo intento, pero cada página me sale más negra –dice Leo o, mejor dicho, Amanda Gris, en La flor de mi secreto.

No recordaste aquella cita y te asustaste cuando te la repetí. No me gustan los silencios incómodos, mucho menos los tuyos. Prefiero tus risas constantes. Pero tú te quedaste callada cuando te confesé lo que había pretendido hacer. «¿No tienes nada que decir?», te pregunté. «Entonces te has ganado el derecho a colgarme». Pero no lo hiciste. Me dijiste que no sea trágico y admitiste que también lo pensaste y «por más de un minuto». Tal parece que no quieres formar parte de una de esas historias de decepción que yo me invento cada tanto. ¿Por qué no aceptas, entonces, ser el personaje de mi primera novela rosa? ¿O qué vas a hacer el lunes cuando intente besarte? ¿Decirme que no?

Yo solo te diré, como digno personaje de Pedro Almodóvar:

–Bésame. Si es noche vieja, quiero sentir el contacto con la carne humana… y tú eres la única carne humana que hay por aquí.

Amanda Gris

Tuesday, June 20, 2006

Amor mañana amor

El amor no es un número, pero a veces tiene un efecto multiplicador. Otras, en cambio, su resultado es devastador y, dividido entre dos, solo da cero. "Nadie puede convertirse en amante perpetuo. De nada ni de nadie", sentenció Enrique Jardiel Poncel. Porque una de las virtudes de la juventud –agregó Martín Caparrós–, es que "uno cree que se enamora hasta los tuétanos, solo para entender, la vez siguiente, que aquello no era amor y esto sí".

Wednesday, June 07, 2006

Nada personal




Había hecho todo lo posible para que me viera, al menos de reojo, al menos porque en fin. En los últimos dos días, tomé más café que nunca solo para llegar al kitchenet y rozarla a pocos metros, y repetir despierto aquel sueño maravilloso de la última (luego penúltima) noche, en el que solo le besaba los hombros porque no me atrevía a más. Ropa nueva de colores, lentes de carey, jean focalizado y rasgado a la moda. Y solo quería que voltee y me vea, carajo, al menos una vez, al menos una, y me diga siquiera que le sorprende mi cambio de look. No que me quedaba bien, solo que le sorprendía. Cualquier cosa. Un piropo malo y una sonrisa diplomática. Pero nada. El silencio fue más doloroso que nunca. Se mutaba. Asimilaba otras verdades: el recuerdo de mi ex contándome por teléfono que tenía nuevo enamorado –abogado de 28 años, vecino suyo adinerado– todavía merodeaba la escena. Era todo: la envidia de su felicidad, su recuerdo, y el deseo de una frase de ella, ‘la bella’, que nunca llegó. Jamás. Las cosas no podían salir peor.

Así que decidí ir a comprarme zapatos al Jirón de la Unión. Solo, como siempre.

Caminé, fisgoneé modelitos y tallas, desesperé a una fea vendedora con mis indecisiones. Compré un par, al fin, y regresé caminando al diario. Todavía algo triste por la ausencia de todo. Entré a nuestro edificio 247 y esperé el ascensor. Tardó una eternidad, creo. Pero podía demorarse para siempre y ni cuenta me hubiese dado. Se abrió el ascensor y, cómo tantas veces, caminé mirando al piso (una costumbre inexplicable). Escuché pasos y, por inercia, apreté el botón para detener la puerta. Y sucedió. La tenía al frente y estábamos solos los dos, por vez primera, encerrados entre cuatro paredes. Éramos, en realidad, tres: ella, su sonrisa imperfecta que me vuelve loco, y yo.

–¡¡¡David!!!

Siempre repite mi nombre con esos signos de admiración asolapados, con esa voz dulce de sorpresa que se escapa, y eso a mí ya no me sorprende, pero me palpita como cada palabra suya. Llevaba su cámara por debajo del pecho. Sonreía orgullosa de hacerlo, de ser lo que quiere ser. No pude evitar sentir orgullo, como si fuera mi hija. O como si fuera mi amor. Fue tan tierno y tan inesperado que pensé declararme en ese instante, pase lo que pase. O tan solo decirle: “Eres preciosa”. Pero, claro, no me atreví.

Luego vino el silencio incómodo de ley. Ella supo escaparse de él (y, sin querer, de mí):

–¿Te has comprado ‘babos’?
(–¿‘Babos’? –me pregunté.
–Zapatos, imbécil –me respondí.)
–Ah, sí… claro –le dije con una sonrisa fingida, nerviosa, absurda.

El ascensor se abrió. Ella se fue. Vi irse sus pasos en silencio. Y me quedé solo otra vez, como siempre.