La realidad negada
Cuántas veces, en conversaciones de confianza, alcohol o depresión –o de las tres variantes juntas–, he escuchado a una mujer una de estas frases infelices (y le he visto una de estas expresiones de amargura asolapada):
a) La verdad es que mi enamorado –novio o esposo– no me satisface (cara de resignación absoluta).
b) Solo uno de cada siete –ocho, nueve o diez– hombres con los que me ha acostado me ha hecho llegar a un orgasmo (carcajada de orgullo y de ganas de seguir buscándolos).
c) Ay, si te contara cuántas veces he fingido (semblante de experiencia y orgullo de la caridad otorgada)
d) Hace años que no tengo un orgasmo (risas reprimidas).
e) Nunca he tenido un orgasmo (media sonrisa de envidia a las demás).
No sé a cuáles ni a cuántas de las pocas mujeres con las que me he acostado he hecho feliz. De hecho, la experiencia me dice a quiénes sí y a quienes no, y en qué ocasiones, pero se trata solo de suposiciones, y no espero que ninguna me lo aclare por esta vía.
El hecho es que, en las miles de conversaciones ‘varoniles’ en las que he participado –porque nos encanta hablar del tema, no me explico porqué–, la realidad de las frases antes repetidas no tiene validez o asidero. He escuchado –incrédulo– miles de testimonios sobre la dicha de las féminas que tuvieron la suerte de cruzarse con ellos –‘cómo gritaba, cómo gemía, como gozaba’– y el placer de sus miradas al final de la batalla. Pero nunca he escuchado a un hombre reconocer su incapacidad para regalar placer.
(Yo no seré el primero.)